Monstruos – #12M12R

Esta recopilación participa en el Reto anual: 12 meses 12 Relatos 2020 organizado por De aquí y de allá by TanitBenNajash.

Este relato transcurre en un baño y cuenta con 588 palabras de las 600 máximas. Los personajes son Marcus y Edmund, mis niños bonitos protagonistas de Sinners. Cuando no sé qué hacer, ellos siempre me muestran en camino. Es un poco… hay sangre, intenté que no fuesen tan gráficos como de costumbre por si acaso herían sensibilidades.

 

Está a punto de caerse cuando tantea para abrir la puerta, pero consigue mantenerse erguido con el peso sobre él.

La luz fluorescente del techo hace que las baldosas blancas del suelo y las paredes brillen orgullosas de estar limpias. Aunque no por mucho tiempo. Es esa misma luz la que hace que la sangre resalte de forma obscena sobre Marcus. Su piel recubierta de pegajoso rojo. El único otro color es el blanco de sus ojos y el azul helado de sus iris acunando unas pupilas diminutas como cabezas de alfiler. Algunos mechones de pelo negro que no están apelmazados en el amasijo de fluidos en el que va cubierto.

Edmund lo deja caer en la bañera sin muchas ceremonias, agotado por cargar a pulso con sus casi dos metros. Menos mal que es todo huesos. Abre el agua y deja que caiga a placer sobre su… sobre Marcus, aún vestido. Deja huir el aire, intentando ver, como siempre ve, una forma de torcer la situación para poder salir de ella.

No lo logra.

Él, que siempre consigue mantener la calma, que es capaz —lo ha hecho en el pasado— de matar gente usando sólo la manipulación y su ingenio para cargar las culpas sobre otro, que es la última esperanza para que Marcus y él no acaben detenidos o, quién sabe, muertos, está en blanco.

Cuando quiere darse cuenta ya lleva un buen rato mirando sin ver su reflejo sucio en el espejo. Se centra y casi se le escapa un respingo de sobresalto al darse cuenta del miedo en sus ojos. Aprieta los dientes, aparta la mirada. No puede permitirse que las emociones le nublen el juicio. Tiene que arreglar esto. Como sea. Si Marcus cae, él caerá por asociación.

Y le gusta su libertad como está, muchas gracias.

Con movimientos metódicos, se desabrocha el reloj de la muñeca y se quita los zapatos. Patea un poco las largas pierna de Marcus antes de acomodarse como puede en la bañera con él, sentándose en el lado opuesto.

El contacto, como cada vez, hace que Marcus reaccione. Que, de alguna forma, encuentre el camino de vuelta del laberinto que es su mente. Edmund no sabe que debería asustarle cuando se va, pero no tiene miedo. Nunca. No de él. Sabe que jamás le hará daño, jamás lo abrirá en canal como hizo hace un rato. Sabe que no lo dejará nunca, nunca ser perderá en el laberinto sin ser capaz de volver con él.

Con eso se conforma.

—Lo siento —susurra Marcus con esa voz ronca y desgastada por los gritos y el tabaco.

Edmund niega con la cabeza. Entre ellos jamás tienen que disculparse. Alarga la mano hacia el cepillo y toma una de las manos de Marcus entre las suyas para empezar a limpiarle la sangre y trocitos de humanidad de debajo de las uñas, librándolo de todo rastro de ADN que pueda relacionarlo con la cruenta masacre.

—Habíamos quedado en no mentirnos —reprocha en voz baja mientras limpia con saña—. No lo sientes, yo tampoco lo siento y el único problema es que si te pillan —tuerce el morro—, si nos pillan —se corrige al momento—, es probable que nos separen.

—¿Qué vamos a hacer? —Las pupilas de Marcus vuelven poco a poco a su tamaño normal, entre churretones de sangre el agua a limpiado algunas zonas de su piel, el pelo se le apelmaza contra la frente.

Patético.

Pero mío.

Patético pero suyo.

—Nada. No vamos a hacer nada.